Podemos dividir la vida de una persona en tres grandes partes. Teniendo en cuenta que el día tiene 24 horas, habitualmente un sujeto adulto, dedica 8 horas diarias al trabajo, 8 para dormir, y el resto, a actividades cotidianas, como el aseo personal, la alimentación y el ocio.
Dentro de esas ocho horas que no son ni dormir ni trabajar, le dedicamos tiempo a nuestra pareja, nuestros hijos, las tareas y responsabilidades de casa, etc.
La rutina, la habituación, el descontento y otros muchos factores hacen, que la relación de pareja, se transforme de una vida llena de emociones, sentimientos y refuerzos, en una mera rutina, que llena la vida de insatisfacciones, y genera conflictos, desencanto y reduce la motivación.
Llegado ese momento, nos planteamos como nuestra vida de pareja ha llegado a este extremo, ¿cómo hemos sido capaces de adaptarnos a una situación que no buscábamos?, ¿cómo se ha convertido nuestra relación de pareja en nuestra rutina diaria?.
En ese instante, en ese momento de reconocimiento de la situación, hemos dejado de tener pareja. Hemos pasado de vivir plenamente en pareja, de tener ese sentimiento de amor, dulzura, excitación, ese escalofrío que nos hacía sentir vivos, para desarrollar un segundo trabajo. Si, un segundo trabajo, porque en ese momento, cuando salimos del trabajo retribuido, llegamos a casa, sin ninguna emoción, sin ningún sentimiento, a «pasar el rato», sin darnos cuenta, hemos pasado de las emociones, de las sensaciones agradables del enamoramiento, a la rutina del trabajo.
En esta circunstancia, la situación es muy similar a la actividad laboral, llegamos al trabajo a las 9 de la mañana, realizamos nuestras tareas, comemos, volvemos al trabajo, despachamos con los compañeros, con el jefe, con los clientes, con los proveedores, y por fin, cuando son las ocho de la tarde, volvemos a casa…. para ver la tele, las noticias, una película, si acaso, y cenar. Esto, un día tras otro. Sin sentarnos a «escuchar» lo que nos quiere decir nuestra pareja porque estamos tan cansados, que sólo nos importa ver las noticias, el enésimo partido del siglo, o simplemente, uno de esos reportajes en el que nos muestran Super Casas, con familias felices, coches lujosos, y una vida a la que habíamos aspirado siempre…… y ya está. Si, ya está, charla la justa, escuchar, casi nunca, expresar nuestros sentimientos, muy raras veces.
Sin ser conscientes de ellos, vamos a casa por inercia, porque es lo que debemos hacer, es lo que se espera de nosotros, pero no es, en ningún caso, lo que nos apetece. En ese momento, justamente en ese instante, nos deberíamos replantear nuestra situación de pareja, nuestra convivencia. Pero no en el sentido de una separación, o buscarnos un compañero o compañera, en una de esas innumerables webs de contactos para casados para reavivar nuestra maltrecha relación, si no en el sentido de mejorar nuestra relación, desarrollar nuevamente las habilidades que nos permitan recuperar esa sensación tan humana de sentirse vivo, sentirse partícipe de algo en común, de llevarse bien con el otro, de entenderlo y expresarle nuestras emociones.
Cuando la rutina de la convivencia de la pareja, de las satisfacciones de la pareja, se convierten en un «es así», es cuando deberíamos plantearnos acudir a un terapeuta. Es en ese instante, cuando nuestra vida ha pasado a ser una sucesión de hechos predecibles, donde ha desaparecido casi por completo la magia de la improvisación y del encanto, la esencia de la vida en pareja, las complejas y satisfactorias reacciones bioquímicas que hacen que nos enamoremos, es cuando, tendríamos que decir, PARA, y replantearnos nuestra relación con ayuda de un terapeuta.
Si en tu vida crees, que tienes dos trabajos, o al menos uno de ellos, consiste en ser pareja, en tratar con tu pareja, no lo dudes, acude a un terapeuta.